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Occidente, por su propio bien, debería ayudar a la estabilidad y reconstrucción de Afganistán en lugar de intentar desestabilizar el nuevo poder

José María Rodríguez Gómez

Trinitat Vella, Barcelona

OCT2021. El Talibán ha tomado el poder en Afganistán, después de recuperar la inmensa mayoría del territorio, mientras el nuevo ejército afgano construido por EEUU y la OTAN se desvanecía y el presidente afgano Ghani huía. Se abre por tanto una nueva etapa en Afganistán en la que aparece como urgente la reconstrucción nacional del país.

Los talibanes habrán de confirmar  en hechos sus promesas públicas inclusivas para que Afganistán no se convierta en un paraíso para exportadores del terrorismo y subversión en los países vecinos e intentar evitar enfrentamientos entre fracciones  internas o distintos sectores sociales.

Tanto en su avance militar, en general pacífico y sin represalias estos días como en sus declaraciones y ruedas de prensa, parecen que van en esa dirección, manteniendo el respeto a la Ley Islámica, que Occidente y sus medios de comunicación ven como un peligro.

Al respecto de esas críticas de Occidente, hay que recordar que la ley Islámica también existe en Pakistán con más del 95% de influencia en su población y también en otros países y ello no impide a ningún país occidental una relación diplomática y económica normal con ellos. 

En todo caso, los países occidentales que ha realizado la invasión y ocupación en Afganistán los últimos 20 años no pueden ocultar bajo la mesa las más de 100.000 víctimas mortales que han provocado, y no deben poner el foco en la clásica supuesta falta de derechos humanos para intentar desestabilizar el nuevo estado.

El fracaso de EEUU y la OTAN en Afganistán es la evidencia de que los principios vigentes en la comunidad internacional de relaciones y colaboración multilateral, respeto a la integridad territorial y la no intervención en los asuntos internos de otro país, siguen siendo la base para hacer posible la convivencia global en la actualidad y que el orden internacional «basado en reglas» no puede ser establecido con las normas que, caprichosamente para sus intereses, establezca ninguna superpotencia a conveniencia exclusiva, sino las establecidas por consenso en la ONU.

Qué ningún país puede ni debe imponer su camino a otro, se debe a que solo se puede llegar a conocer un fenómeno o país si se está integrado en él y se participa en su transformación. En ese sentido, los factores internos son los determinantes de su desarrollo.

Los estados occidentales, si son capaces de aprender de la historia, debieran entender que su propio desarrollo habrá de estar unido estrechamente a la paz y a la colaboración, en vez de las presiones, sanciones e intervenciones en otros países, y deberían cerrar así una nefasta época imperialista de desarrollo, que solo ha creado,  y crearía aún más si se mantiene, divisiones y enfrentamientos no solo con otros países, sino también con sus propios pueblos.

Que los factores internos, la voluntad de cada pueblo, es lo esencial a tener en cuenta, se puso de relieve no solo en Vietnam, sino también en Afganistán, en los últimos 20 años con el fracaso de EEUU y la OTAN, y también durante los años anteriores de la intervención de la URSS.

De hecho, y aunque los políticos estadounidenses no quieran recordar los hechos, no existen diferencias sustanciales entre las causas esenciales de la pérdida de Kabul y la pérdida de Saigon.

Occidente debiera aprender de éstas experiencias históricas, reconocer los propios errores en vez de adoptar la actitud de pretender dar lecciones sobre derechos humanos, cuando en Afganistán ha transgredido durante 20 años el primero y fundamental de todos ellos, que es el derecho a la vida humana.

Y sobre todo, no intentar agudizar el enfrentamiento interno en la sociedad afgana, sino ayudar a la reconstrucción del país en colaboración con otros países de la comunidad internacional.

Ello dignificaría las palabras humanitarias de Occidente al convertirlas en hechos.

Pero independientemente de cuál sea la voluntad declarada y acción de Occidente, Afganistán junto con China, Rusia, Pakistán, Irán y otros, pueden recorrer un  camino de colaboración, de respeto mutuo y reconstrucción, que garantice la seguridad y desarrollo común de toda la región.

En 1.975, cuando EEUU tuvo que abandonar Saigon, perdiendo la guerra de Vietnam, las contradicciones entre China y la URSS y el aún limitado desarrollo de ambos países, no pudo impulsar en gran medida la colaboración y estímulo de los países en desarrollo hacia su emancipación.

Hoy, sin embargo, la situación es bien distinta. China, Rusia, Pakistán, Irán y otros países de la zona, mantienen una estrecha colaboración que aumenta y se fortalece continuamente y su desarrollo y peso a nivel global en todos los aspectos también aumenta.

Todo esos factores unidos, no solo favorecerían el desarrollo de la región, sino que también supondrían una potente advertencia y recordatorio disuasivo a las fuerzas que deseen repetir en el mundo futuras nuevas aventuras hegemonistas.

Reforzar el multilateralismo y la colaboración pacífica que defienden dichos países, debiera ser por tanto también una  garantía para la estabilidad, el desarrollo y la paz mundial.

 

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